Sábado

por TilyBurgos

“Después de Shakespeare y de otros tantos tipos solitarios está todo inventado; disimulemos y sigamos con el circo, no queda otra alternativa”. Franzúlio Kartazar


A Rubén


Sábado

Es un soleado sábado por la tarde, y bajo los árboles del boulevard Las Armas, entre las personas que pasean y los laburantes que llegan tarde, camina un muchacho con aspecto distraído; Hugo es su nombre. Es ese que lleva camisa azul arremangada hasta los codos, pantalones jeans ajustados de más en la cintura y demasiado holgados en el tiro, zapatillas de lona negra con puntera de goma blanca, morral cruzado por el hombro izquierdo y la mano derecha sosteniéndolo bien fuerte. Tan fuerte como a su propia vida, ya que adentro guarda algo más que su lectura mensual y sus papeles con anotaciones. Ahí acumuló horas extras en su estática oficina; las búsquedas de precio por los mercados de la zona; salidas gratuitas, también dentro de la zona; simples gustos en pocas ocasiones; varios descansos; escasos placeres; y un muñequito de goma espuma vestido con esmoquin negro que apunta hacia arriba una moderna pistola plateada. Veinticuatro mil son los pesos que intercambiará por su propio vehículo; una maquina cómoda, confiable y nada ostentosa, para moverse con la tranquilidad de que su cuerpo no se agitará y que siempre tendrá un asiento donde depositar su esqueleto. Le queda poco para llegar al concesionario que le pareció el más confiable para hacer tan importante transacción; además de ser el único local que vio con el coche que desea: el Huracán 73 con motor de seis cilindros y un sinnúmero de cualidades que Hugo no sabe qué significan pero que cuando le preguntan: ¿Cómo es el auto que te vas a comprar?, él describe lo más concisamente posible: Es uno que tiene dos luces bárbaras, que si te pones de frente parece que te estuviese mirando y que hasta te guiña un faro.

-Buenas tardes- saluda el vendedor al verlo entrar-. Bienvenido a la concesionaria Patente y Asociados. ¿En qué puedo servirle?

-Buenas tardes. Paseaba por esta calle y me preguntaba si tal vez ustedes tenían el Huracán del año 73 en color…, digamos… ¿rojo?

-Casualmente… – el vendedor con el reverso de la mano se palpa la barba de las mejillas, y comienza a comportarse como si no le importara las abundantes comisiones que recibe por su trabajo-… Creo que nos acaba de entrar uno. Sígame por acá que se lo muestro. En una de esas tenemos suerte- guiña su ojo con sarcástica complicidad- y el jefe nos deja sacarlo para que lo probemos.

-Yo sólo quiero verlo- Hugo también muestra sus artimañas de negociante y se desentiende del asunto, al recordar que los amigos le dijeron que demuestre el menor interés posible para no ser abusado en el precio.

-Ábralo usted mismo- el vendedor le lanza las llaves-, y sienta la seguridad que brindan estas cerraduras, son alemanas.

Hugo las agarra al vuelo, penetra la cerradura con la llave principal y  con un canchero muñequeo la gira, abre la puerta lentamente y desde el interior del vehículo un aroma reconfortante inunda toda la concesionaria.

-Parece confiable- sugiere Hugo abriendo y cerrando sus ventanas nasales como gato que olió el pescado.

-Lo es; tanto por fuera como por dentro -contesta el vendedor, abre la puerta del copiloto, se sienta y apaga el pasacasete (¡Otra vez el pelotudo de Carlos lo dejó prendido!)-. Entre y siéntase cómodo; pruebe lo mullido que son esos cabezales. Si usted sufre un accidente (Dios nos ampare que no sea antes de que nos pague) con el cinturón puesto no sentirá el golpe.

Suavemente, Hugo, apoya el cuerpo en el blando tapizado, baja los parpados y escucha vanidoso el roce de su cuerpo sobre la cuerina negra. Con suma delicadeza agarra el volante con su mano izquierda, posa la derecha sobre la circunferencia de la palanca de cambio, la siente, la frota y la imagina vibrando; coloca la llave en el encendido y da arranque. A 100 kilómetros por hora un flujo de electricidad le recorre el cuerpo produciéndole imágenes y sonidos: la lluvia cae a raudales en la ciudad, las personas corren con sus ropas laborales empapadas, los colectivos y los taxis no se detienen y encima salpican la acumulación de agua que hay en las banquinas. Mientras tanto, Hugo escucha el tema Agua de Los Piojos y sonríe maliciosamente dentro de su Huracán 73 rojo.

-No se dice más-apaga el motor-. Me lo llevo.

-Muy buena elección. Sígame por acá- el vendedor se baja del auto y camina hacia la única habitación cuyo interior no se ve desde la calle. Observa disimuladamente hacia los costados y abre la puerta soltando un fuerte tufo a pasto recién cortado, activa el interruptor de la luz e ilumina un corralito de 5 metros por 5 por 1 de altura. Adentro cuatro ovejas se golpean con el lomo en pleno coro de meé-. Este auto viene con una oveja que usted mismo puede elegir.

-¿Para qué quiero una oveja?

-El auto viene con la oveja, no es un agregado que usted puede decidir si lo lleva o no. Es la oveja o caminar todavía por la vida.

-¿…?- se pregunta Hugo.

-No sea sonso; piense que puede esquilarla cada tanto y con la lana puede hacer bastante plata. En dos o tres años habrá acumulado lo que gastó en el auto.

-Yo qué puedo saber de cómo esquilar a estos animales.

-Aprenderá rápido; una de estas cuatro será suya.

-No, no; ni loco. Me voy a comprar el auto en otro concesionario.

-Todos los concesionarios oficiales tienen la ley de la oveja. Puede conseguir un auto pirata, pero no tendrá ninguna garantía.

-No, claro…;tiene razón, es un riesgo comprar un auto sin garantía… Déme esa, la que tiene como patillas.

-Yo hubiese elegido la misma. Firme en la línea de puntos… Muy bien. Esta copia es para usted, estos son los duplicados de las llaves y aquí tiene la correa de tan bello animal.

Hugo entrega el dinero contado varias veces, pensando únicamente en su flamante auto del 73 y en su reconfortante nuevo andar por la vida.

-Recuerde bien-continúa el vendedor- que usted está obligado a que el animal no se muera o deberá regresar el auto perdiendo el importe abonado y sin reclamo alguno.

-Ahora que terminé de firmar me lo decís.

-Antes, después, es lo mismo. Lo importante es que memorice bien estos artículos. La garantía de seis meses sirve también para la oveja. Si ésta enferma, usted viene y se la cambiamos por otra, siempre y cuando un perito constate que no hubo responsabilidad de un tercero. Si la oveja muere por negligencia suya, no sólo tendrá que devolver el auto, también se verá en la obligación de pagar los gastos de la ceremonia de entierro y además hasta podría llegar a ser procesado. Que tenga buen día.

Hugo camina hacía el Huracán, en la mano derecha lleva la correa y las brillantes llaves, con la izquierda sostiene el opaco contrato. Cuando abre la puerta del piloto, la oveja entra al galope cumpliendo eficientemente su responsabilidad, salta la palanca de cambios, apoya sus cuatro patas en el asiento del copiloto y sacando pecho se coloca el cinturón de seguridad con la boca. Hugo sin encontrar una sensata explicación a las cosas que le están pasando, permanece quieto, con las facciones inexpresivas y el brazo apoyado en el marco de la ventanilla. El animal sin comprender las razones que pudiese tener su nuevo cuidador a no subirse al auto, le meéa cariñosamente:

-¡Meé, meé!

Hugo pestañea varias veces, cuando se despabila se sienta rápidamente y cierra la puerta. Antes de arrojar el morral al asiento trasero extrae el muñequito con esmoquin y lo coloca delicadamente en el espejo retrovisor. Sin manifestar ni una mueca de su infantil excitación por el auto, lo enciende: los pistones suben y bajan reproduciendo la batería de Cuando pase el temblor1. Escucha el ritmo y con el acelerador hace como los desgarros de la guitarra; silba imitando el sonido de la quena y mira a su lanuda oveja con patillas. Ésta  le guiña  el ojo  izquierdo  dando a entender que todo va a estar bien y dejan el concesionario. En  la  esquina, el semáforo muestra su roja envidia y los obliga a detenerse. La puerta derecha de atrás se abre y entran  dos hombres vestidos con ropas de tenis; se acomodan como pueden en el asiento y al ver que podría haber más espacio, el que entró  primero  coloca el  morral de Hugo sobre el freno de mano. Saluda uno y de la misma forma el otro; luego declaran al unísono señalando al techo con el índice recto:

-A la cancha de golf municipal.

Hugo creyéndolos ladrones, los mira aterrorizado por el espejo retrovisor y con la cabeza escondida entre sus hombros les sugiere:

-Po… po… por favor…, sse, see podrían bajar de mi auto.

Los intrusos primero se sorprenden, pero enseguida comienzan a sentirse ofendidos por la ineficacia del chofer a no cumplir su trabajo. La oveja en un estado relajado gira su cabeza  hacia  los pasajeros  y con la pezuña derecha  parece  indicarles que  se  queden tranquilos, que ella se va a encargar. Mira a su dueño con absoluta calma y con mucho profesionalismo; espera un instante y comienza a inquietarse al notar que Hugo continúa temeroso y no reacciona frente a sus responsabilidades:

-¡Meé!- lo reprende y le indica con la cabeza el camino.

Los pasajeros resignados a las excentricidades y al humor de la gente que pulula en la ciudad, sueltan una risa:

-¡Ji,ji,ji!- y empiezan un extraño parloteo, ignorando a los demás presentes.

-¡MEÉ, MEÉ!- nuevamente ordena la oveja imponiéndose con el tono de su meéo.

Hugo permanece callado mirando al espejo retrovisor, endereza su espalda y el cuello, se besa los dedos de fumador y limpia una pelusa que hay sobre el esmoquin del muñequito colgante. Con el cambio a amarillo, arranca observando que los autos de su izquierda se detengan, pero a mitad del cruce clava el freno por algo que le llama la atención. En uno de esos autos también hay una oveja que increpa, cornea y hasta tarasquea al piloto, un resignado hombre que sólo intenta levantar los brazos para cubrir su sangrante cabeza. En la vereda una señorita vestida como cocinera, con delantalcito y guantes para horno, pasea a una oveja que marcha en dos patas y muestra orgullosa su peinado de esquilería. Cerca del puesto de diarios, el canillita lleva en la boca el periódico del día y un cordero encima de su lomo lo taquea en las costillas. En un lujoso auto blanco un piloto golpea el volante echándole maldiciones al escudito de la marca y una oveja con cresta mohicana desde la cola hasta donde empieza el morro, recibe el diario y agradece al quiosquero acariciándole la cabeza con su pezuña. El chofer que insulta intenta abrir la puerta para huir y el animal rápido de reflejos hunde el pestillo que traba a todas las demás, ¡MEÉ!, le amonesta y con su pata hendida le aplica un cortito a la mandíbula. Los parlantes pasajeros no parecen sorprendidos por los movimientos de la ciudad, pero que el vehículo aún continúe detenido torna molesta su sorda conversación. Hugo se da cuenta que es el único ser al cuál estas cosas le parecen extrañas, y para no ser menos que los demás se concentra en sus deberes y acelera el vehículo. El recorrido se completa sin ningún inconveniente. Detenido el auto en la entrada del golf municipal, los hombres vestidos de tenis terminan su parloteo, se despiden de la misma forma que entraron y se bajan. Sobre la vereda aparecen  6 verdes bidones con nafta. El animal meéa y le indica que vaya a buscarlos. Hugo se baja feliz por la recompensa; agarra uno de los bidones y lo levanta a la altura de su nariz para comprobar si es el combustible correcto para su Huracán. ¡Bendita suerte, lo es! Llena el tanque con uno y los cinco restantes los guarda en el baúl. Regresa a su posición de mando, coloca nuevamente el morral sobre el asiento trasero y le da encendido al motor.

Se abre la puerta de atrás:

-Buenas tardes- saluda y entra un hombre calvo que viste saco con pitucones en los codos.

-Buenas para usted también, señor- sonríe Hugo girando su cabeza-. ¿Adónde lo llevo?

-Lléveme al último banquito de la costanera oeste. Yo le indico.

Acelera. El pasajero ve pasar los árboles y las fachadas; la oveja también. Pasan dos minutos de esta escena muda y Hugo comienza a aburrirse. Pone un casete en el estéreo y lo prende a volumen considerado. Continúa insatisfecho; necesita algo más que la tibieza de los circuitos. Buscando colaboración en el dialogo mira a su copilota. Ésta, indiferente, suelta un reiterativo:

-¡Meé, meé!- ordenándole que mire sólo al camino y que simplemente se dedique a manejar.

Desilusionado por la poca cantidad de argumentos que tiene su oveja, recurre al reflejo del espejo retrovisor e intenta sacar un tema afín de conversación. ¡Fútbol! Hugo tiene dos posibilidades para caer bien desde el primer momento: su pasajero ama u odia a Boca. Se arriesga y prueba:

-¿Vio que perdieron los bosteros2 ?

Falla.

-Sí, pero merecimos ganar por lejos. A ellos tendrían que haberle echado dos jugadores, (acá dobla a la izquierda) y el buche del línea nos cobró dos ofsaid que no eran, y ese referí no sancionó un claro penal para nosotros (ahora seguí derecho).

-¡Meé!- parece afirmar la oveja a las palabras de Saco con Pitucones en los Codos.

-¿Le parece que no fue penal?…-le pregunta Hugo-. Por una vez que le expulsan a un jugador se va a quejar. Debe ser la primera expulsión que tiene Boca en el campeonato.

-Es la segunda. ¿O te olvidas la del Rengo en la tercera fecha contra Flamengo? ¡Vos no tenes memoria, flaco!- Saco con Pitucones en los Codos se queda negando, agitando un dedo de un lado a otro mientras intenta callar a Hugo con un monótono: -¡No!, ¡no!, ¡no!…

-¡Meé!, ¡meé! ¡meé!- la oveja también parece negar agitando su pezuña de un lado para el otro.

-Yo me acuerdo que contra nosotros le tendrían que haber echado al Rengo y también al Cabezón- se defiende Hugo.

-¿De qué cuadro sos?- pregunta despreciativo el pasajero al no poder entender que no sea del mismo equipo de sus amores.

-De Peñarol- contesta Hugo tocándose el corazón.

-¡Ahh!… ¿Vos decís el codazo contra el pibe Zucu? (seguí hasta la plaza de los veteranos). Ni lo tocó; ese Zucu es actor de teatro, ese no es fubolista. Toda la semana estuvieron  pasando la  jugada por  televisión y se ve  que no  lo toca;  el árbitro  hizo  lo correcto en no cobrar el fau.

-¿Y qué me decís del defensor que la sacó dentro del arco con la mano?

-Fue dudosa.  El reglamento- Pitucones en  los Codos retira un librito de su bolsillo izquierdo del saco y continúa- dice que frente  a la duda no se debe cobrar- pasa las hojas y una vez que encuentra el artículo se lo indica con el dedo anular.

-¡Meé!- señala con su pata izquierda.

Hugo se da vuelta e intenta leer, y la oveja le golpea con su morro la cara impidiéndole que quite la vista del camino-. ¿Meé, meé?- ¿Qué hacemos?, parece preguntar.

-Fue sin querer- se disculpa y mira el camino, marcando con los pedales el ritmo constante de un armatoste extractor de petróleo en el Orinoco o en Santa Cruz.

-Acá me bajo- Saco espera que se detenga el auto-. La seguimos en la próxima- saluda chasqueado los dedos, se baja y cierra la puerta sin hacerla giratoria.

Esta vez aparecen tres bidones sobre la vereda. Hugo llena el tanque con todo el contenido de uno y los otros intenta guardarlos en el baúl. Sólo hay espacio para uno más. Guarda uno y el último decide llevarlo en el asiento trasero. Sube y le da marcha a su Huracán 73. Una cuadra y media después se detiene por el cruce de una galante oveja que desfila la experiencia de no tener raza. Se abre la puerta de atrás y entra una señorita con botas de cuero negro, pollera beige hasta las rodillas y una camisa blanca lo suficientemente transparente como para que se defina su corpiño de encaje rojo. La mujer al ver el bidón y el morral sobre el asiento, deduce que no habrá espacio suficiente para su amiga; agarra morral y bidón, abre la puerta que da a la calle y los deja sobre el asfalto, cierra y permanece limpiándose las manos con un pañuelito de papel reciclable. Hugo asoma su cabeza por la ventanilla y mira el fruto de su trabajo y de su inspiración con resignados:

-Pero… pero…

-¡Meé, meé!- la oveja con los ojos escarlata por la furia que le ocasiona la incompetencia de su amo, se muerde la pata derecha y de forma agresiva le ordena que sólo mire para adelante.

Por la derecha sube otra pasajera vestida de igual forma que la primera.

Hugo arranca y ve por el espejo retrovisor como un hombre con una carretilla, vacía el morral de toda porquería intelectual y se lo lleva junto con el bidón lleno en el sentido contrario.

-¡Al congreso de literatura anglo!- ordenan las muchachas.

Hugo continúa pensando en sus papeles con anotaciones tirados en la calle, pero automáticamente gira todo el volante a su derecha y acelera con dirección al centro de conferencias internacionales. Para olvidar y pasar el rato agradablemente menciona que son de gustos parecidos:

-¿También les gusta Welsh, Wilde y Woolf?

-De ninguna manera- contesta la segunda chica-, vamos a abuchear a sus catedráticos.

-Tenemos entradas para la segunda fila- acota la primera-, de ahí nos van a escuchar bien esos inglesitos mal vestidos.

-¿Qué clase de personas pagan la entrada para difamar el espectáculo?

-La clase de chicas- dicen al unísono- que aman el país de sus ancestros.

-¡Meé, meé!- la oveja agita una banderita con los colores patrios y luego la cuelga del espejo retrovisor junto al muñeco con esmoquin.

-¡Sur, Sur!- se unen las pasajeras haciendo porras.

-¡Meé, meé!- se agrega la oveja.

-¡Sur, Sur!- Hugo se emociona y  también canta.

-Ya llegamos- Las mujeres bajan del auto y se dispersan entre la multitud que espera el comienzo de la cátedra.

Sobre la vereda aparecen dos bidones. Hugo llena el tanque con tres cuartos de uno y al no tener más espacio en el auto, lo abandona junto al otro. Con gran congoja se sienta y permanece mirando el volante, tratando de encontrar la forma para poder almacenar todo el combustible que gana con su arduo trabajo. Ni una idea viable se le ocurre y acelera el vehículo al escuchar el gruñido de su copilota. A los diez metros, el tráfico lo obliga a detenerse. La oveja le golpea el hombro y con ambas pezuñas se cubre la entrepata:

-Meé, meé.

-¡No te entiendo, animal!

-¡Meé, meeoo!- reclama la oveja levantando la pata trasera derecha.

-Está bien, está bien- Hugo detiene el auto, se baja refunfuñando-. ¡La remil puta que la parió, borrega de tres mil yeguas putas!-, camina hasta la puerta del copiloto, la abre y toma la correa.

La oveja baja a la vereda y se dirige al primer arbolito, flexiona su cuerpo hasta que el trasero esté a escasos centímetros del suelo y orina cerrando sus ojos y realizando una mueca parecida a una sonrisa. Cuando termina, raspa el pasto alrededor y muy coqueta sube al vehículo:

-¡Meé, meé!

-¡Ahora qué!

-¡Meé, meé estoy cagando de hambre!

Hugo detiene el auto en una estación de servicio y compra un bife al pan. Regresa y la oveja ya le menea la cabeza en forma negativa:

-¡Meé, meé!-y le indica que regrese por otra cosa.

Se come el bife y tira el pan. Compra unas papitas fritas y una caja de escarbadientes.

-¡Meé, meé!

Regresa mordiendo un mondadientes y cargando unas galletitas dulces con forma de animalitos.

-¡Meé, meé!

Vuelve al negocio comiendo las galletitas. Compra una botella de agua para bajar la masa que se le formó en el paladar y un alfajor de dulce de leche. La oveja parece aceptar la golosina de chocolate; pero cuando se la entregan, no la recibe y tuerce la cabeza con indiferencia. Hugo abre el paquete, extrae el alfajor del envoltorio y con subordinada humildad se lo entrega. El animal separa las tapas y le señala el relleno.

-¡Vos queres dulce de leche!-deduce sagazmente.

-¡Meé, meé!-asiente el animal señalándole una vez más el negocio.

Hugo se gasta todo el dinero que tiene en medio kilo del mejor dulce de leche. Regresa al auto, abre el pote y se lo da con una cucharita de plástico. La cordera coloca el dulce de leche sobre el asiento, entre medio de sus patas traseras extendidas, y el cubierto plástico se lo inserta en la hendidura de su pezuña derecha:

-¡Meé, meé!- le recrimina con tono firme.

-¡Otra vez queres cagar!

-¡Meé, meé!- la oveja le agita la cucharita en señal de advertencia a su insolencia y con la pata izquierda bien recta le indica que siga con su camino.

Hugo siente correr un flujo de electrones desde el codo derecho hasta la punta del dedo mayor. Su cerebro le emite señales para que le golpee el morro con todas sus fuerzas, pero algo en el organismo (la conciencia tal vez) lo persuade para que agarre la llave y descargue toda la energía negativa en el encendido del auto; y que si aun permanece con furia, se relaje, como las fieras, con música. Prende la radio y arranca. Yo voy en trenes, no tengo adónde ir3… Se escucha el traqueteo de las ruedas en el empedrado de la ciudad vieja. Algo me late, y no es mi corazón… Mientras tanto la oveja devora el dulce de leche con rebosantes cucharadas. Cómo no sentirme así, si ese perro sigue allí… Hugo es conciente que es el nuevo propietario de una maravilla mecánica, y es feliz. Qué podría ser peor… Suelta una carcajada que desconcentra la cena del animal. Eso no me arregla… Son las once y cincuenta y nueve, él humano dejó de reír y maneja en silencio. La oveja satisface su gula rápidamente. Eso no me arregla a mí.

1. Soda Stereo año ¿1984?
2-Calificativo despectivo hacia los hinchas de Boca Juniors // Recolector de excremento vacuno o caballar.
3-Todo un palo, Patricio Rey y sus redonditos de ricota.