Domingo

por TilyBurgos

Domingo

La ciudad apaga sus luces en la calurosa madrugada del día domingo. Hugo acostumbrado a acostarse a las doce, empieza a cabecear los centros de Morfeo. El animal ve este comportamiento, tapa el pote, coloca arriba la cucharita, lo guarda en la guantera para que se mantenga fresco y mueve la palanca a punto muerto. El auto se detiene al costado de una apacible placita. Hugo se ha dormido. La oveja acerca su morro al rostro de su amo y le besa el oído derecho susurrándole lo que debe soñar: Un camino zigzagueante recorre una extensa montaña; en la cima titilan una luz roja y un poco más arriba una amarrilla. Hugo comienza a subir con ambos pies desnudos. Durante el trayecto  se le van cruzando varias personas.  Éstas lo inducen a que descienda y les haga compañía. Una vez que le agradecen y le dicen que fue suficiente Hugo  sigue con su propio camino.  A  pesar de ser un único  sendero, cada vez que baja  arroja  pedacitos  de pan  para  no perder  la dirección. Luego  sube  recogiendo todas las migas y  anhelando tener más pan del que dejó; en una de esas a otra persona se le ocurrió lo mismo, y él sin poder identificar cuales son suyas y cuales del otro, levantaría la de ambos y se las guardaría. Desde el oscuro cielo truena una carrasposa voz que lo llama por su nombre y lo alienta para que siga por el camino; que a pesar de los constantes retrocesos, tarde o temprano llegará a la cima. Esto le da coraje y apura su paso. A medida que se acerca, la luz roja va siendo engullida por la amarrilla. Al llegar sólo flota la luz amarilla como un sol con el tamaño de un puño. El sol se torna verde. Hugo intenta agarrarlo, pero éste lo elude con la velocidad y habilidad de una mosca. Durante bastante tiempo se queda pegando manotazos y fallando en cada intento.

-¡Mé mé mé meéeee!- A las 7 de la mañana del domingo lo despiertan varios aplausos de pezuñas y el cacareo de la oveja.

Hugo, se pasa las manos por la cara no más de tres veces y saluda al animal emitiendo un sonido similar a un hola. Se acomoda en el asiento, frota el traje del muñequito que cuelga del espejo y pone primera. El auto de adelante detiene de golpe la marcha y por la puerta del copiloto se baja una oveja con gorrita de béisbol, que luego mea un infante arbolito sostenido por un piolín atado al palo de una escoba. Hugo clava el freno y evita chocar el auto del imprudente conductor, insultando a los aires con una cantidad enorme de odio acumulado. La puerta trasera se abre. Contiene todo comportamiento que pueda parecer agresivo y se muestra lo más amistosamente posible frente a su nuevo pasajero:

-Días bellos nos despiertan. Tenga mis servicios y llegue a dónde quiera.

-Al que madruga Dios lo ayuda, joven-. Se sienta una anciana con larga pollera; saquito de lana negra haciendo juego con sus zapatos de taco grueso y bajo; pesados anteojos con marco rectangular y el pelo blanco recogido bien tirante por varias hebillas de queratina con formas apostólicas. La abuelita se sienta y una lluvia estática cubre todo su cuerpo. Toda la masa de la anciana se transforma en millones de puntos negros y blancos que se golpean unos a otros a una velocidad que se incrementa por cada colisión. Los puntitos comienzan a teñirse de distintos colores según el sector del cuerpo que se encuentran: en los pies se tiñen de negro y marrón hasta que forman un par de zapatos con suela de cuero y cuerpo de madera barnizada; el sector de las piernas se hace más fino, se tiñe de verde y sin ningún pelo; las rodillas se ven un poco gastadas, pero los muslos parecen firmes; la parte de le cadera se transforma en un pantaloncito de color blanco bien cortito y ajustado; desnudos y delgados son los brazos; su lampiño pecho solo es abrigado por una corbata con nudo suelto de líneas negras y rojas; la cabeza también es verde, excepto el negro de sus dos orificios en los oídos sin orejas, las sombras de las fosas de una pequeña nariz con inclinación hacia arriba, dos pequeños ojitos de brillante petróleo, labios finos de un verde más oscuro y los dientes son dos perfectas líneas blancas. La oveja al ver la nueva forma del pasajero, junta sus dos pezuñas delanteras y le meéa un rezo:

-¡Meé, meé!

-Gracias, gracias- el alienígena con corbata baja y sube su verde cabeza-. Al observatorio local.

-¿Y laaa… vieee… jita?- le pregunta Hugo atemorizado a que el extraterrestre se haya zampado a la anciana, e inconforme se lo quiera comer a él también, o peor aun, se quiera morfar a la oveja, obligándolo a devolver el auto.

-No te preocupes, mi especie no come carne; nos alimentamos con vegetales de nuestra huerta subterránea- explica mientras se señala la cabeza con uno de sus cuatro dedos (tiene cuatro dedos verdes y uñas retráctiles un poco más claras) demostrando el poder de leer la mente.

Más tranquilo, Hugo vuelve a preguntar mirando por el retrovisor:

-¿Qué pasó con la viejita?

-¿Qué viejita?

-La que estaba sentada en donde está usted.

-¡Meé, meé!- perece recriminarle que no contradiga a los clientes.

-Pp.. p.. -Hugo intenta hablar, pero el oscurecimiento del cielo le llama la atención. Asoma su cabeza por la ventanilla con la mirada en alto y observa millares de ovejas con gorros y antiparras volando en formación con dirección norte. La oveja de Hugo al ver a sus semejantes, cruza sus patas sobre los hombros y contrayendo las facciones ovinas, entona:

-¡Meé, meé!- (Nuestra sangre es tan variada que pertenecemos a cualquier rebaño)

-¡Meé, meé!- cantan todas las ovejas (De todos los rebaños tenemos alguna cualidad: somos bravos y en pocas ocasiones mostramos la espalda). -¡Meé, meé!- (Los errores son nuestros mejores aciertos, las oportunidades lugares donde reposamos, las obligaciones fundamentos de nuestra historia. De nuestros héroes sus ideales cincelamos al mármol, y por siempre seremos continuadores de sus ambiciones).

-¡Meé, meé!- (Somos los pueblos unidos del sur) recita el alienígena.

-¡Meé, meé!- (Somos los pueblos unidos del sur) también cantan las personas en sus autos.

-¡Meé, meé!-(Somos los pueblos unidos del sur) todo ser vivo en la escena canta, menos Hugo que todavía no se sabe la letra.

-¡Meé, meé!-(Somos los pueblos unidos del sur). Silencio y los presentes permanecen  estáticos. Las ovejas voladoras se sacan los gorros y se los llevan al pecho. Los que tienen sobrero hacen lo mismo. Desde el norte llega una ola ensordecedora de aplausos. Todos aplauden al sentirse empapados de orgullo. Hugo, por las dudas, también aplaude. Suenan silbidos alentadores y palabras de elogios; hasta que cada uno es conciente que no se debe perder más tiempo y regresan a sus obligaciones de domingo al mediodía.

Al escuchar la bocina y el arranque de los vehículos de la calle, Hugo acelera.

-Debes pensar en la comi…- el alienígena es interrumpido por la lluvia estática. La masa de puntitos se achica a la mitad; en los pies se tiñen de negro charol con una florcita rosa de hebilla en medio de cada uno; calcetines rojos; vestidito blanco con pollera inflada y larga hasta la rodillas, adornada con una cintita bordo; una cortina de pelo castaño le cubre toda la cara y lleva flequillo hasta las orejas en la nuca-. Daditos de caldo saborizados con aroma a estrellas son la clave para cocinar un buen extraterrestre- la niña emite una muy aguda vocecita desde alguna parte en esa  cortina de pelo-. El perejil maquilla de tal forma la carne marciana que se muestra sabrosa desde la primera impresión. Es muy importante freír las rebanadas y luego pasarlas por agua con hielo, de esta forma se gelatiniza el aceite Omega 3 y se puede servir frío como tentempié exclusivo.

Esta receta le recuerda a Hugo la necesidad de comer; y peor aun cuando mira a su costado y ve a su oveja engullendo el dulce de leche con gustosa mueca. ¡Qué cagada más grande que se me terminó la guita!, piensa Hugo. Ayer a la mañana contaba exactamente con veinticuatro mil quinientos treinta y cuatro pesos y hoy sólo llevo cinco bidones de naf…

-Podes cambiar la nafta por dinero- la niña con flequillo interrumpe el pensamiento.

-¿Cómo?

La niña sufre la lluvia estática. La masa de puntitos negros que comenzó teniendo el tamaño de la menuda vieja, se empequeñece hasta el tamaño de una avecilla; se tiñe de verde, menos en la parte del pico que es negro y de las patas que son rojas-. En la próxima esquina está el observatorio- el loro continúa-.  Te compro cuatro bidones por cincuenta pesos.

-Cuatro por sesenta pesos.

-Hecho- el loro le alcanza con el pico el dinero y sale volando por la ventanilla.

Dos bidones de recompensa aparecen sobre el asfalto. Hugo se baja del auto y camina hasta el baúl. El loro sufre la lluvia estática y recuperando masa corporal regresa a la apariencia del extraterrestre:

-Debes pensar en tu comida- le dice al recibir los dos bidones que completan los cuatro.

-En eso pienso en este momento. ¡Qué tenga buen día!- Hugo se despide, llena el tanque, guarda lo que le queda en el baúl y regresa a su puesto de mando.

La oveja saluda al extraterrestre y espera con el pote abierto y la cucharita preparada a que el auto tome velocidad. Cuando arranca, el animal continúa placenteramente con su palacete. Hugo intenta prestarle la mayor atención posible al tráfico de la ciudad, pero siente a su barriga como le recrimina el vacío que lleva, y que encima debe soportar las burlas que le hacen los cuatro estómagos de esa borrega, que sí pueden disfrutar una cena, aunque sólo fuese del monótono manjar de leche. Humildemente le pide una pequeña porción de su alimento para poder engañar el hambre. El animal se hace el ofendido, tuerce el perfil hacia su ventana y se queda lamiendo la cuchara hasta sacarle brillo. Cuando termina el pote, exageradamente se cubre su entrepata, demostrando la urgencia de su naturaleza:

-¡Meé, meé!

Hugo detiene el auto, se baja, corre hasta la puerta del copiloto, la abre y deja a la oveja hacer, mientras él cruza velozmente a la estación de servicio. El animal al ver las intenciones de su dueño le recuerda:

-¡Meé, meé!- que no se olvide de su comida favorita.

-OK- tranquiliza Hugo levantando la mano como si estuviese saludando a un conocido. Entra al negocio y pide un dulce de leche y una cazuelita con locro, lo más rápido posible.

-5 minutos- explica el púber encargado del lugar- tarda en calentarse.

Hugo mira en dirección al auto. La oveja ya terminó de regar y abonar un arbolito, se para sobre las patas traseras, actúa como si tuviese pantalones y se sube el cierre relámpago; al percatarse que está siendo observada por su dueño, simula tener un reloj en su pezuña derecha y con la izquierda lo señala. Compra un kilo de dulce de leche y la cazuelita con locro frío. Regresa al auto comiendo y con sólo 9 pesos en el bolsillo. Cuando llega al auto, lanza la cazuelita vacía al cesto de basura; con el animal sentado en su lugar y con el cinturón puesto, le cierra suavemente la puerta y va a su puesto chupándose los dedos. A través del parabrisas ve a un tipo sentado en el asiento de atrás de su auto y que además observa sospechosamente todos los pequeños detalles del vehículo. Hugo abre su puerta y se sienta preguntando:

-¿A dónde lo llevo, jefe?

No sé que me está ocurriendo4 canta el pasajero.

-¿Cómo dice?- le pregunta Hugo, mirando a su animal para ver si es sólo él quien no entiende el sentido de esa oración.

La oveja le hace sutiles gestos con sus pezuñas mostrando que el pasajero es de aquellos a los que les gusta empinar el codo y que por lo tanto para no perder al cliente le siga el juego.

No sé que me está pasando- continúa cantando.

-¿Qué le pasa?- siguiendo las instrucciones su animal intenta psicoanalizarlo.

-Entro en una tienda y se me pegan las cosas a las manos.

Eso está muy mal.

Los bolsillos se me llenan de objetos…,

-En ese caso, la culpa la tienen los objetos.

-… que luego se me olvida de pagarlos…;

-¡No, no, no!- se indigna  Hugo-. Deberías  avergonzarte, y  lo peor de  todo es  que

creas que es una enfermedad.

-¡Meé, meé!-le recrimina la oveja que no discuta, y menos con el simpático vicioso.

-… porque cómo dice mi madre…,

¡Las madres son sagradas!

-… siempre he tenido los dedos muy largos- el pasajero señala el camino. La oveja y su amo miran incrédulos hacia delante esperando ver alguna amenaza para su seguridad o una anécdota divertida para luego contarse mutuamente en reiteradas ocasiones; pero nada hay de llamativo. Al darse cuenta que fueron engañados infantilmente,  vuelven  sus  cabezas hacia  el  pasajero,  el  animal  sonriendo y Hugo no tanto, que sin  embargo con toda la buena voluntad continúa en el papel de agradable psicólogo:

-Con esos dedos podría ser pianista.

Uno- canta el pasajero, baja y sube su cabeza y con la mano derecha en alto hace los cuernitos.

-¡Meé!- la oveja se suma a la canción y levanta también su pezuña bifurcada.

-Me mango un amuleto.

Hugo enciende el vehículo e intenta acariciar el esmoquin del muñequito, pero se da cuenta que no se encuentra en su lugar. La primera sospecha cae en la oveja por haber sido tan indiferente con aquel colgante. La borrega se lleva las patas a la cadera, actúa como si tuviese bolsillos y los vacía hacia fuera demostrando que no es ella la ladrona; luego señala disimuladamente al pasajero y le recuerda que a pesar de ser culpable no debe generar ningún tipo de altercado.

-Sabe, usted – dice Hugo-, que hasta hace un rato, yo tenía un muñequito en el espejo retrovisor.

-Si estaba en el espejo retrovisor será mejor que lo deje atrás-contesta el pasajero e inmediatamente sigue cantando:-Dos.

-¡Meé!

-Me mango un transistor.

Hugo se queda pensando que en cierta forma el pasajero tiene razón con lo del retrovisor, sin embargo sólo para tener la última palabra retruca: -Creo que los transistores dejaron de usarse hace mucho tiempo-. Cuando dice esto se da cuenta que la radio dejó de sonar. Le hecha una mirada al pasacasete. Solo hay un casete flotando justo en el centro del espacio que antes ocupaba el estéreo. Intenta darse vuelta para increpar al pasajero, pero al pasar la vista por la oveja, ésta levanta la pezuña izquierda en señal de advertencia. Aprieta el volante bien fuerte y exteriormente permanece callado, aunque en su cráneo resuenen infinidad de  puteadas.

El casete cae y se escucha el golpe plástico antes de desaparecer.

Tres.

-¡Meé!

-Me mango un casé.

-Se dice caset, va con t- corrige Hugo soberbiamente, pues sabe que esa es la única forma de descargarse con el cliente que le afana las cosas, sin que éste se ofenda y se baje del auto antes de comenzar el recorrido, pues aún no ha recibido la dirección a dónde se dirige.

Cuatro.

-¡Meé!

-Me mango tu trabajo- el pasajero abre la puerta, se baja y a pasos largos camina hacia el baúl moviendo ampulosamente los brazos de un lado para el otro.

Hugo ve por el espejo retrovisor cómo el pasajero, fuerza la cerradura del baúl con un cortauñas y retira los tres bidones. Indignado mira a su oveja y espera que le meé cómo debe proceder. El animal tuerce su boca hacía abajo, rumia y levanta los hombros con desgano. El pasajero se acerca a la ventanilla de Hugo con dos bidones en la mano derecha y uno en la izquierda.

Cinco.

-¡Meé!

-Por el culo te la hinco– guiña el ojo y se va silbando por la vereda.

Hugo automáticamente saluda levantando la mano izquierda, mientras enumera en su cabeza todas las cosas que pierde con ese cómico pasajero que se aleja. También cuenta las cosas que aún le quedan y supone que tan mal no la lleva. Enciende el vehículo y arranca al sentir en su cabeza el golpeteo de la oveja con la cucharita. Hacen dos cuadras y en la esquina detiene el auto por el cruce de cinco empleados estatales que van de la mano de un cordero con cuernos rectos y amenazantes, que lleva un silbato al cuello y un cartel rojo de PARE. Su compañera considera que medio kilo de dulce de leche es suficiente y guarda el pote en la guantera. Él comienza a extrañar la cazuelita con locro frío, pero imprevistamente el auto se apaga y empieza a preocuparse por cosas más importantes. Da arranque, una, dos, tres veces sin  conseguir más resultado que el vehículo tosa como un fumador en su primera pitada de la mañana. En el tablero la aguja del combustible está en la V de vacío. La oveja se cruza las patas al pecho, bufa despectivamente y mira indiferente hacia el camino que hay por delante. Hugo comprende la insatisfacción que predomina en el auto, abre lentamente la puerta, se baja sin ganas y comienza a patear en dirección a una estación de servicio. La ciudad está gris, para variar; muda, a pesar de los murmullos diarios; con los ángulos de las construcciones tan rectos que pereciese que van a quebrarse con la primera ventisca, dejando caer sus escombros irresponsablemente sobre los peatones, los vehículos y las ovejas. Los movimientos de los ciudadanos son una imperturbable monotonía cinética: todos cumplen sus obligaciones tratando de levantar la mirada lo más alto posible y pasar desapercibido entre las masas de publicitada comodidad. A diferencia del resto, Hugo es conciente del sufrimiento que padece; a cambio de un auto es obligado a abandonar su trabajo y su casa, para cumplir una obligación que no cree que sea la indicada para su futuro; o por lo menos no es la que había soñado cuado era un niño… Tal vez podría alquilar el auto, así podría volver a casa y al trabajo (tampoco cree que su ex trabajo sea  la profesión correcta), y quién te dice, ahorrar el dinero que me deje el Huracán 73 y comprar más autos. Es complicado conseguir un peón de confianza; alguien que te dé tranquilidad y al final del día la totalidad de la renta; que cuide el auto hasta el mínimo detalle; y principalmente que respete, saque a hacer sus necesidades y dé de comer a la oveja. No creo que alquilar el auto sea buena idea… Se podría vender; tal vez no sé recupere todo el dinero, pero algo es algo, y no tendría que preocuparme por el cuidado del animal… Mi abuelo nunca hubiese vendido el auto. Recuerdo cuándo los abuelos nos llevaron al primo Santiago y a mí a Valparaíso. Paramos en la ciudad de Mendoza por una noche y como ya habíamos comido y era temprano para dormir decidimos salir a pasear. Bajo el reflejo argentino del Aconcagua, los lugareños habían armado una especie de feria que llamaban errante. Uno de los puestos lo manejaba una mujer que tenía la espalda de un nadador, y llevaba un bebé que tenía la seriedad de una persona de cuarenta años. El bebé estaba sentado en una plataforma circular mirando hacia arriba; desde el techo colgaba un juego de poleas con un blanco de tiro circular y al final de la cuerda una ubre hecha con un guante de látex lleno de leche. Si se daba en el blanco la ubre bajaba y ganabas cuando se llegaba a la altura suficiente para que el bebé pudiese mamar. Mientras esperábamos que le toque el turno a mi abuelo, con mi primo llegamos a la conclusión que había que golpear el blanco al menos dos veces para poder ganar el premio de una caña de pescar completa. Mi abuelo pagó y recibió de la mujer espalda las tres pelotas de trapo autentico. La primera golpeó en el blanco, pero fue tan débil que la ubre apenas descendió. La segunda lamió el costado izquierdo y consiguió que bajara otro poco. Mi abuelo besó la tercera pelota y la lanzó con tanta fuerza que al golpear rompió el freno de la polea. El guante con leche cayó del todo y golpeó duro al bebé en el medio de su arrugada cara. Santiago y yo le hacíamos triunfales burlas a Espalda y extendíamos los pequeños brazos hacia la caña de pescar que colgaba del techo. El abuelo agarró a mi abuela de la cintura y le metió un chupón que ni te cuento. En ese momento empezaron a estallar cañitas voladoras y petardos en toda la feria. Mi abuelo miró a Espalda y moviendo los cinco dedos le exigió el trofeo. La mujer acariciaba la cara del bebé que no paraba con su llanto, frunció su entrecejo y mierda que te doy el premio: la consigna del juego es darle de comer al bebé y mi abuelo eso no lo había conseguido, pues el niño en vez de mamar, no dejaba de llorar. Mi abuelo argumentó: en algún momento se le va a pasar el dolor, dejará de llorar y se pondrá a chupar. Puede ser, dijo Espalda, pero su tiempo se acabó; el siguiente. Fue una gran decepción ver los rendidos ojos de mi abuelo dando un paso al costado. Lo peor de todo es que el niño inmediatamente cesó en su llanto y se puso a esperar al próximo cliente con rostro de seria ingenuidad. Mientras tanto la madre levantaba la ubre a la posición inicial y arreglaba el alambre de la polea.

Hugo termina su recuerdo justo cuando llega a la estación de servicio:

-Qué preciosa tarde-le dice al empleado.

-Hermosa noche- corrige el joven señalando la enorme luna llena que se asoma por el este.

-Podría ser tan amable de darme un bidón con nueve pesos en combustible Súper.

-El bidón solo cuesta diez pesos.

-Entonces, me podría dar nueve pesos de combustible en una práctica bolsita con el logo de su empresa-. Hugo no pierde el animo a pesar de estar calculando la insignificante cantidad de dinero que le dio aquel avaro loro: Cuatro bidones de diez pesos cada uno, dan un total de cuarenta pesos; si cada bidón carga diez litros de nafta, veinte pesos dividido cuarenta litros es igual ¡a ese loro hijo de puta me compró el litro de nafta a cincuenta centavos! ¡En la próxima negociación no deberé mostrar ninguna debilidad! -Muchas Gracias- le dice al empleado, recibe la bolsa y se da cuenta del actual valor del combustible: En esta bolsa no llevo más que tres litros. Sino fueron tan miserables de cobrarme la bolsa, pagué tres pesos el litro. Tres pesos, es el valor que le ronda la cabeza y de ahora en más todo lo que haga, se jura, será tener este valor como patrón. Mi padre discutiendo con el patrón de la estación de servicio a los pies del Pan de Azúcar en Piriápolis. Mi madre puteando a la parejita que se cruzó en la foto de ella sola en las escalinatas del Hotel Argentino- seguro que son porteños-. Mi hermano, que a pesar de sangrar en sus dos rodillas y de no ver por los granos de blanca arena que tiene en sus ojos, muestra una sonrisa plena en satisfacción por haberme ganado en los penales. Toda la familia sentada en la mesa, esperando la comida con caras de culo y cada uno mirando en distintas direcciones. Las mismas caras y las mismas miradas dentro del auto, regresando al hogar. Las fotos son fundamentales porciones de nuestra existencia. Se me ve contento mientras camino a la concesionaria en busca de mi Huracán 73. La vez que me decidí por las patillas de mi oveja. Cuándo me recriminó que no discuta con los pasajeros. Intercambiando conceptos con Saco con Pitucones. Las dos hermosas secretarias y los dos bidones de recompensa. Con mi familia tengo recuerdos imborrables; hoy mi familia es la oveja y mi auto, por lo tanto mi presente, será el orgullo de mi porvenir. ¡Jamás venderé el auto! Hugo se siente aliviado al ver a salvo a la oveja y su auto en el lugar que los dejó. Saluda y el animal le agita la pata para que se apure. Carga el combustible, acaricia la carrocería roja en su trayecto a la puerta, la abre y se sienta exhalando un bufido de merecido cansancio.

-¡Meé, meé!- la oveja le objeta la tardanza.

Hugo niega con la cabeza gacha y una sonrisa dibujada en su boca. Mira al espejo   buscando su amuleto, pero sólo encuentra la banderita con los colores patrios. Recuerda que el robo que sufrió no fue un sueño y con melancolía pone la llave, tuerce la cabeza y observa que no venga ningún auto. Sobre el asiento trasero encuentra a su muñequito colgante despatarrado, completamente desnudo y con la mano en alto, pero sin la plateada pistola. Al menos me dejó algo, piensa un Hugo gozoso de su suerte, lo recoge con ternura y lo coloca en su antiguo lugar. A trabajar, se dice en voz baja. Arranca y mantiene la marcha en primera para no gastar tanto combustible. Él está obligado a cargar un pasajero y llevarlo a su destino antes de que se le terminen los tres litros de nafta que acaba de cargar. Pensando en esta obligación el escalofrió de la responsabilidad no cumplida corre fríamente por todo su cuerpo. Necesito una solución para mi paupérrima situación, se exige. Hasta la más descabellada es una posibilidad para conseguir más nafta y más comida. Su mente se pone en blanco. Al minuto miles de opciones se le cruzan por la cabeza sin poder sacar ninguna en concreto. Una de estas opciones es abandonar el auto y por lo tanto, aunque él ni siquiera reflexionó en esta posibilidad, también a la oveja. Sobre la vereda, detrás de un puesto azul de flores, aparecen dos jóvenes con sobretodo; ladran y corren a la par del Huracán, alcanzan las manijas de las puertas traseras y las abren. Hugo y la oveja se dan vuelta y se encuentran con que los dos muchachos ya están sentados cómodamente. Al reconocerlos, el animal mira ofendido a su amo y le aplica un golpe a la nariz; luego se arranca dos mechones de lana con los que tapona los huecos de sus orejas. Los muchachos se aseguran de que la oveja no escuche lo que se va a hablar y luego intimidan a Hugo desprendiéndose los botones del sobretodo, se corren las solapas y dejan ver unas camisetas negras con la imagen de dos muchachos que parecen correr con sus sobretodos puestos: Órgano Protector de Ovejas. Declara el mayor:

-De vueltas a la manzana hasta que nosotros le digamos que se detenga.

-Les advierto que en cualquier momento nos quedamos sin combustible.

-Será mejor -advierte el menor- que no se termine antes que le digamos.

-¿Será mejor?-pregunta Hugo al no entender el porqué de la amenaza.

-Ahora que sabe-continúa el menor, sacando pecho para destacar el insigne logo- que pertenecemos al OPO, no hace falta que le digamos lo que le pasará si no hace lo que le decimos.

-Honestamente no sé lo que me pasará, ni sé qué hace su organización.

-Usted- el mayor se impone elevando el tono de voz -, pensó en abandonar el auto y a la oveja. Ese delito amerita el castigo máximo; la próxima vez que se le cruce por la cabeza tan siniestro plan su pena será el exilio.

-¿A dónde?- inquiere Hugo pensando que todo es una broma que le juega su nueva realidad; además añora unas vacaciones y se ilusiona con la idea de conocer otro país distinto del que lo vio nacer.

-Como estamos tan seguros de lo correctivo que es el castigo, usted decidirá donde cumplir la pena. No le recomiendo que idealice ningún lugar en particular, todos terminan siendo iguales.

-Usted ha sido informado-sentencia el mayor-. Complete la vuelta así nos bajamos en el mismo lugar que subimos.

Hugo mantiene un nervioso silencio, no osa mirar ni a sus pasajeros ni a su oveja, pues siente como corcovea el auto al relamer la chapa seca del depósito de nafta. Detenido el vehículo, sin la necesidad de que le digan palabra o meéo alguno, se baja y con la mano izquierda en el marco de la ventana y la derecha en el volante, empuja el carromato todo el trecho que resta. En el destino, los dos muchachos se cierran sus sobretodos, bajan y comienzan a correr y a ladrar en dirección este. La oveja satisfecha con la reprimenda que acaba de recibir su amo declara un ¡Meé!-¡Se hizo justicia!-Agarra el pote relamiéndose y comienza a devorar el dulce de leche. Sobre la vereda aparece un bidón lleno, que Hugo festeja con el puño izquierdo cerrado. A pesar del desagrado que le causa su nueva labor, la recompensa que recibe tras cada viaje lo enaltece, debe ser porque es el primer trabajo que recibe la totalidad de las ganancias que produce y no está obligado a compartirlas con ningún jefe holgazán ni con algún avaro empresario. La oveja se puede considerar como una especie de autoridad, y aunque está obligado a darle de comer a expensas suyas, no le intranquiliza demasiado, pues sigue siendo él quién administra el capital. Hugo se baja del auto, vacía todo el contenido y después el bidón lo guarda en el baúl. Se sienta con la vanidad que le da cortar el bacalao y frunce sus facciones al recordar el golpe recibido por parte de su animal. Lo ve comer y no le guarda rencor. Un correctivo de vez en cuando no me viene nada mal, piensa. La oveja se come el medio kilo restante de dulce de leche y, como su amo, se queda sin comida. Van en dirección recta dos cuadras y el semáforo les impide continuar. Una pareja del OPO cruza por delante del Huracán, comiendo una salchicha entre dos panes con algo de mayonesa y abundante mostaza. Todos se beben la nata menos la vaca, piensa Hugo. Será mejor que duerma si no quiero recordar los platos de delicioso alimento que he degustado en mi vida. Estaciona el auto entre los árboles del único bosque que hay en la ciudad y sin mirar a su copilota, levanta sus piernas y se cruza los brazos por las tibias haciendo un ovillo humano; inmediatamente se duerme. La oveja acerca su morro al oído y esta vez le chista lo que debe soñar: Todo el lugar es completamente albo, no se llega a ver las paredes; es un encierro que parece una inmensa llanura del mismo color que el cielo, blanco. A unos veinte metros aparece un tanque azul de agua, sostenido por cuatro pilares y una escalerita de hierro oxidado. Hugo con los brazos pegados, permanece sin moverse, con el temor de que la menor sacudida pueda ocasionar alguna suciedad y la enorme blancura se muestre corrompida por culpa suya. Pierde el miedo y se incrementa su curiosidad por lo único ajeno: el tanque. Levanta el pie derecho y suavemente da un paso. Al tocar el suelo retumba el lugar como si se hubiese golpeado un inmenso bombo. Hugo se queda estático, con las piernas abiertas, mirando hacia todas partes, esperando que venga alguien a reclamarle lo que acaba de hacer. Nadie viene. Sube su pie izquierdo y lo apoya junto al otro. Un nuevo golpe de bombo. Decide correr. Bum. Bum. Bum. Bum. A dos metros del tanque salta y se agarra de la escalerita; la trepa y se encuentra con que adentro está lleno de costillas de corderos con chimichurri. Se lanza hacia la carne y comienza a bucear entre el aderezo. ¿Es extraño que a la lejanía no haya sentido el olor ajo?, piensa Hugo con sus dos manos hartas de carne y mordisqueando distintos pedazos a boca atiborrada. Traga e inmediatamente vuelve a llenar el buche. Una vez satisfecho, hace la plancha en el estanque con la mirada hacia arriba. A lo alto dos puntos negros se acercan. Son dos líneas verticales que se detienen a un metro exacto de Hugo. Hasta donde llega la vista hacia el cenit se ven dos sombras que se acercan a importante velocidad. Son los muchachos del Órgano Protector de Ovejas con sus sobretodos característicos, acercándose verticalmente a altas velocidades, cada uno por su línea. Cuando están frente a Hugo lo increpa el mayor:

-Le advertimos que sus pensamientos lo llevarían por mal camino.

-Se desvió drásticamente- agrega el menor-  del destino que se le tiene asignado.

Hugo sin saber de que le hablan, recuerda los buenos modales que le inculcaron, traga para no hablar con el buche lleno y los invita:

-Hay para los tres- aun haciendo la plancha tantea entre todas las costillas las dos que le parecen más apetitosas y se las ofrece relamiéndose de gusto.

-Además de soñar que come la carne de cordero, intenta sobornarnos con las pruebas del crimen. ¿Usted, no tiene ninguna intención de salvarse?

-Comer es la mejor forma que encontré para salvar mi vida.

-Al no tener, el sospechoso, argumentos sólidos que esgrimir, en beneficio del honor de nuestro pacifico sistema, se lo debe declarar culpable.

-Sin ninguna abstención- agrega el menor.

-Como su inconsciente- continúa el mayor- está siendo influenciado por la oveja, su castigo no será el exilio.

-¿De qué castigo me hablan?, ¡esto es un sueño!-intenta defenderse.

-Cállese-ordena el mayor, se agacha y rasguea la línea vertical en la cual está parado, emitiendo una nota tan aguda como grito de eunuco al verse después de la operación, que obliga a Hugo a taparse los oídos para evitar el dolor.

Medio minuto después termina el desagradable sonido; el menor sigue hablando:

-Usted, en ningún momento se resistió a la tentación de comer tan sabrosa carne y por eso no cuenta el pretexto de estar durmiendo.

-Estoy soñando, las consecuencias no deben preocuparme- se repite Hugo mientras se acuerda de la cantidad innumerable de sueños que tuvo de niño en los cuales sostenía bien fuerte los tesoros, y que todas sus energías se enfocaban en retenerlos, pero siempre le pasaba que al despertar sus manos sólo encerraban la esperanza de que en la siguiente noche conseguiría al fin poder llevarse los tesoros a la realidad. Por el contrario cuando en un sueño cometía un acto irresponsable, despertaba con terror por las consecuencias. Con el tiempo dedujo que las acciones en el subconsciente no generan reacciones en el conciente, y se relajó.

-Será mejor que empiece a preocuparse de sus actos-el mayor se limpia el logo de su camiseta-. Mañana comenzará su sentencia. Qué su descanso continúe provechoso-. Se dan vuelta y se suben por las dos líneas verticales.

Hugo deja de hacer la plancha sobre el chimichurri, apoya los pies en el suelo del tanque azul y baja los brazos escondiendo los pedazos de costillas que había elegido entre todos las demás:

-Adiós- saluda y comienza a sentir la culpa de sus actos como si millones de hormigas le estuviesen mordiendo el cuerpo entero.

 

4– Mango, tema del grupo sevillano Los Mojinos Escozíos. Sevilla: provincia de España.